El centinela angmariano recorre el puesto de guardia. Su cometido es fácil: salvaguardar el portón negro de la inmensa fortaleza. Sujeta con desdén una lanza con sus huesudas y descarnadas manos. Está tranquilo. sabe que nadie sería tan osado como para irrumpir por la puerta principal. Al otro extremo de la bastilla exterior, su compañero de guardia regurjita pesadamente sobre un barril mohoso de una extraña bebida destilada por los clanes de la explanada del Nan Angmar.
De improviso, el centinela vislumbra un destello. se frota los ojos, e inmediatamente desaparece. Piensa que es producto de la bebida. una carcajada menuda recorre el fondo de su garganta. Un segundo destello parpadeante titila ante sus ojos. No le da tiempo a vislumbrar una tercera, ya que un haz de luz metálico, con la forma de hoja de una espada, atraviesa su torso como mantequilla. El otro centinela no tiene tiempo de dar la alarma, puesto que antes de girar sobre sus pasos, su cabeza cae rodando ante un golpe cegador.
El invasor no se molesta en ser sigiloso. Avanzando lenta y decididamente, deja que se aproximen cinco guardias a través de la puerta de acceso lateral. con un breve gesto, aturde a los atacantes al tiempo que cercena sus extremidades con facilidad. Sus gráciles movimientos apenas son percibidos por los incautos angmarianos.
Asciende por la escalera circular hasta la parte elevada por encima del portón. Un ancho pasillo bordeado de negros ladrillos le separan de la entrada superior al segundo nivel. El alboroto y los sonidos propios de alarma resuenan por toda la fortaleza. La brillante armadura refleja la luz de cada antorcha. la figura se mueve de un lado hacia otro, sin ser alcanzado por virote ni filo.cada movimiento de su espada significa la muerte de un adversario.
Un nuevo contrincante aparece, montado a caballo. Porta una pesada armadura, así como ribetes e insignias propias de un alto rango. Tras pronunciar unas palabras en alto, carga contra el invasor. Este, calmado, espera al momento oportuno para realizar un movimiento certero, rápido. Inhumano. Durante un segundo, parece que los aceros chocan en el aire. Sin embargo, el jinete cae abatido, con una herida en el muslo. Sin embargo, no ha muerto aún, ya que el invasor no se ha detenido a rematarlo. está ocupado, encarado contra un guardia de la élite, un " Hoerg Tereg", de los Olog Hai de élite del Angsûlion, mano derecha del Señor de Carn Dûm. Varios cortes y unos cuantos movimientos después, el inmenso troll cae de rodillas sobre el suelo.Un centenar de soldados sujetan sus humeantes antorchas bajando por las escalinatas y pasadizos hacia el camino principal del segundo nivel. Sin embargo, no lo suficientemente rápido como para alcanzar al objetivo, ya que la figura se arroja hacia el exterior, dejándose caer por la pared exterior hacia abajo agarrándose a varios salientes imposibles, escalando una pared completamente vertical con una agilidad pasmosa, escapando de los ojos de los centinelas y ascendiendo por el muro superior sin ser visto, hasta los niveles superiores.
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El ruido y el alboroto se van perdiendo en la lejanía. Decididamente y sin prisa, El asaltante camina recto hacia su destino: el mismo corazón, de la fortaleza, las estancias de La Sombra de Angmar, el lugar del Rito Oscuro. Sus pasos resuenan, replicando el eco mudo de sus botas. Su capa blanca ondea despacio en cada movimiento. Su espada manchada de sangre negra y roja se agita.
La entrada está cerca.
Ha llegado al Umbral. Entra en la sala. Se encuentra con su destino.
Un inmenso ciclo circular, iluminado tan sólo por el brillo fulgurante y azul de su centro.
Cinco figuras aparecen desde la sombra. Se encuentran cara a cara. Se muestran en hilera. Los Cinco.
De izquierda a derecha, las espadas se encienden en fuego, al tiempo que se alzan.
Los cinco Gurûknath, inmensos, imponentes, de impenetrable armadura. Metal, sombra, fuego y Rito.
La oscuridad se vuelve eterna.
La luz iracunda de Valinor contra el verbo oscuro de Las Sombras.
Una espada de luz se eleva y avanza.
Glorfindel está furioso.