Innumerables huestes de orcos asolan cada rincón del interior de la ciudadela de Cameth Brin. Patrullas de unos soldados de vil raza, gobernados por Uruk-hai provenientes de Gundabad a manos de Àr-Gular. El grupo de Alavor y sus hombres recorren cada centímetro de las salas y antesalas de lo que otrora fuera los grandes salones del reino de Rhudaur, en busca de la reina consorte Mírwen y el resto de supervivientes de la corte.
Tras unos encuentros fortuítos con patrullas menores, y gracias a los sortilegios de Pariel, la última de los Istari, avanzan mazmorra tras mazmorra, sorteando trampas y enemigos. En una lóbrega celda encuentran prisionera a Lothiniël, semielfa al servicio de la reina, que fue cautiva. " no os preocupéis por mí, dejadme un arma, un arco o apenas una espada y podré salir de aquí. Continuad hasta el último nivel, allí encontraréis al resto de prisioneros... ¡¡ rápido !! ". Y así fue; en el centro de la sala, en un frío cadalso de diseño orco, un hombre casi sin vida se encontraba colgando, con evidentes signos de tortura. Era Camthamil, de la familia de los Ethanäel, que durante los 150 años posteriores a la Guerra del Anillo, dieron nueva vida y unificación a las ásperas tierras de los páramos fríos del norte del Bosque de los Trolls. " ¡ Rápido, con presteza hemos de sacar a la reina de aquí !! - está en una de las celdas adyacentes " - balbuceaba, tras una cura rápida de la magia élfica de los Noldor de Sonëriel de Lindonel rapiñador. Mientras tanto, uno de los hombres de Alavor, un montaraz llamado Haelhis hijo de Haëlor, se desvía en busca de Lothiniel y de paso cubrir la huída.
En las puertas de Tir Barad, algo ocurre. Un cambio repentino. Grupos de montañeses y dunlendinos, hombres de los bosques de Yfed, se han reunido en una sola comanda para recuperar Cameth Brin, insignia de los pueblos libres en el norte de Eriador.
EL FINAL DE ÁR-GÛLAR
Tambores.
El cuerno de del enemigo resuena en la roca.
Fuego, pernos que se rompen.
Carrera despesperada. Pasillos de otro tiempo.
La lanza de Yiuru enfurece. El inmenso hombre de Las Montañas nubladas aprieta sus puños.
Pariel siente algo . No sabe lo que es. Pero es maligno. Justo al final del pasillo. Sabe que el enemigo aguarda.
Gritos de multitud en el exterior. El asedio es inminente.
Fuego y aceite, gruñidos.
Para el capitán de los Montaraces, Alavor, solo quedan unos metros. Está concentrado. Esgrime su espada. Sabe que en unos segundos se encontrará con su adversario. Sus sentidos intuyen el mal, la esencia corrompida. Ha aprendido a distinguirla, cuando la tiene delante. Pariel se lo advirtió : " este enemigo ya no es un hombre; ha vendido su alma al Vala Oscuro, en un funesto ritual. Su poder proviene de él. su cuerpo será frágil, pero no te confíes, es astuto. Intentará engañarnos. " Pero Alavor no tiene miedo. En su mente solo hay una frase:
Ar-Gûlar debe morir.
Tambores.
Llamas.
La siniestra figura, antinaturalmente alargada, se da la vuelta. Envuelto en oscuros ropajes, de uñas largas y mirada envenenada. Una columna de fuego ritual detrás enlanguidece su presencia aún más. " Te esperaba, joven montaraz." Y sin mediar más palabra, levanta su mano hacia el grupo, situado al otro extremo de la sala. Al tiempo que comienza a cerrar su mano, palma arriba, unas palabras resuenan en la sala, no saben si
Tras unos encuentros fortuítos con patrullas menores, y gracias a los sortilegios de Pariel, la última de los Istari, avanzan mazmorra tras mazmorra, sorteando trampas y enemigos. En una lóbrega celda encuentran prisionera a Lothiniël, semielfa al servicio de la reina, que fue cautiva. " no os preocupéis por mí, dejadme un arma, un arco o apenas una espada y podré salir de aquí. Continuad hasta el último nivel, allí encontraréis al resto de prisioneros... ¡¡ rápido !! ". Y así fue; en el centro de la sala, en un frío cadalso de diseño orco, un hombre casi sin vida se encontraba colgando, con evidentes signos de tortura. Era Camthamil, de la familia de los Ethanäel, que durante los 150 años posteriores a la Guerra del Anillo, dieron nueva vida y unificación a las ásperas tierras de los páramos fríos del norte del Bosque de los Trolls. " ¡ Rápido, con presteza hemos de sacar a la reina de aquí !! - está en una de las celdas adyacentes " - balbuceaba, tras una cura rápida de la magia élfica de los Noldor de Sonëriel de Lindon
En las puertas de Tir Barad, algo ocurre. Un cambio repentino. Grupos de montañeses y dunlendinos, hombres de los bosques de Yfed, se han reunido en una sola comanda para recuperar Cameth Brin, insignia de los pueblos libres en el norte de Eriador.
EL FINAL DE ÁR-GÛLAR
Tambores.
El cuerno de del enemigo resuena en la roca.
Fuego, pernos que se rompen.
Carrera despesperada. Pasillos de otro tiempo.
La lanza de Yiuru enfurece. El inmenso hombre de Las Montañas nubladas aprieta sus puños.
Pariel siente algo . No sabe lo que es. Pero es maligno. Justo al final del pasillo. Sabe que el enemigo aguarda.
Gritos de multitud en el exterior. El asedio es inminente.
Fuego y aceite, gruñidos.
Para el capitán de los Montaraces, Alavor, solo quedan unos metros. Está concentrado. Esgrime su espada. Sabe que en unos segundos se encontrará con su adversario. Sus sentidos intuyen el mal, la esencia corrompida. Ha aprendido a distinguirla, cuando la tiene delante. Pariel se lo advirtió : " este enemigo ya no es un hombre; ha vendido su alma al Vala Oscuro, en un funesto ritual. Su poder proviene de él. su cuerpo será frágil, pero no te confíes, es astuto. Intentará engañarnos. " Pero Alavor no tiene miedo. En su mente solo hay una frase:
Ar-Gûlar debe morir.
Tambores.
Llamas.
La siniestra figura, antinaturalmente alargada, se da la vuelta. Envuelto en oscuros ropajes, de uñas largas y mirada envenenada. Una columna de fuego ritual detrás enlanguidece su presencia aún más. " Te esperaba, joven montaraz." Y sin mediar más palabra, levanta su mano hacia el grupo, situado al otro extremo de la sala. Al tiempo que comienza a cerrar su mano, palma arriba, unas palabras resuenan en la sala, no saben si
provenientes de la boca del enemigo o quizá está en sus mentes. << Burzum-ishi, durb-at-ul-ûk. >> al tiempo que sigue cerrando su mano, el aire de la sala comienza a desaparecer. todo sonido de la batalla que
comienza, se pierde en un vacío antinatural. No se escucha nada. No hay nada. Un ligero temblor. todo tiembla. el sonido vuelve. al principio es un ligero hilo. un susurro.
Un estallido. Aire que se descomprime.
Explosión de vacío.
el grupo entero sale golpeado por el sortilegio. Todos se tambalean. Aturdidos.
Los dos guardias de Ár-gùlar, los Ârunath, proporcionados por el Gran Señor de la Guerra en el sur, Mâragorth, se aproxima al grupo.
Todo parece que se acerca a un final nefasto.
pero Alavor, sintiendo que una voluntad, quizá desconocida hasta entonces, la da fuerzas, empuña fuertemente la espada. Suelta su equipaje. Carga contra el enemigo, con decisión. Su espada ruge, está preparado. Mientras el señor Edain oscuro se aproxima confiado. Sabe que otro golpe más, quizá dos, acabará con esta pequeña rebelión.
Alavor se encuentra próximo, muy próximo. primero el pie derecho, luego el izquierdo, se impulsa. Con la fuerza de su costado, en un movimiento de palanca, seguido de un medio giro rápido, embisque con la hoja de su espada. Un grito sale de su boca. "¡¡ Eldarion Telcontar !! ". La acometida ha sido imparable. Su espada se choca con frío hueso. Metal que impacta contra una estructura ósea. Un ligero aullido, más de un demonio que de un hombre, suena.
Los dos guardias de Ár-gùlar, los Ârunath, proporcionados por el Gran Señor de la Guerra en el sur, Mâragorth, se aproxima al grupo.
Todo parece que se acerca a un final nefasto.
pero Alavor, sintiendo que una voluntad, quizá desconocida hasta entonces, la da fuerzas, empuña fuertemente la espada. Suelta su equipaje. Carga contra el enemigo, con decisión. Su espada ruge, está preparado. Mientras el señor Edain oscuro se aproxima confiado. Sabe que otro golpe más, quizá dos, acabará con esta pequeña rebelión.
Alavor se encuentra próximo, muy próximo. primero el pie derecho, luego el izquierdo, se impulsa. Con la fuerza de su costado, en un movimiento de palanca, seguido de un medio giro rápido, embisque con la hoja de su espada. Un grito sale de su boca. "¡¡ Eldarion Telcontar !! ". La acometida ha sido imparable. Su espada se choca con frío hueso. Metal que impacta contra una estructura ósea. Un ligero aullido, más de un demonio que de un hombre, suena.
Sangre que brota, negra más que roja.
Olor a ceniza y podredumbre.
En el exterior, Fuego, roca.
Tambores.
Âr- Gular ha caído.
La Voluntad del Oeste vence, una vez más.